Ciudad Bandera

Desde Cárdenas, Cuba y el Mundo, un intercambio franco.

jueves, 28 de abril de 2016

Topes de Collantes en mi memoria

Aunque soy cardenense ciento por ciento, etapas de mi vida han transcurrido fuera de mi ciudad  y existe una en particular de la  cual  guardo  muchos recuerdos  y hoy en unos días de vacaciones  he decidido compartir en  mi blog. Viví 5 años en Topes de Collantes, en pleno Macizo Guamuhaya, de septiembre de 1990 a enero del 96, difícil  momento del conocido como Período Especial,  sin embargo hubo tanta magia  en ese lapso, que lo perdurable,  fue  lo bueno.
Allí integraba un colectivo heterogéneo  de un proyecto de la Universidad Central de  Las Villas, dirigido a formar Ingenieros Agrónomos especializados en el ecosistema de montaña. Estudiantes en su mayoría del entorno constituían la pequeña matrícula de bachilleres en la FAME (Facultad de Agronomía de Montaña del Escambray).
Acostumbrada a los alumnos de la casa de altos estudios villaclareña, los nuevos  me llenaban de curiosidad, porque casi todos de origen campesino, tenían objetivos muy claros en sus vidas y un apego y compromiso con la familia, que me sorprendía constantemente.
Los profesores en una buena parte teníamos una procedencia urbana y no podíamos entender que si programábamos un viaje a la playa de Trinidad para el  fin de semana, no tuvieran disposición, porque simplemente debían ayudar a sus padres a sacar los frijoles o cualquier otro tipo de actividad relacionada con la tierra y eso no discriminaba, ni a hembras ni a varones.
Una vez comentándoles sobre una investigación que mi colega Alicia Pino y yo empezábamos a hacer sobre las peculiaridades socioeconómicas del Escambray, le conté a mis estudiantes   que los jóvenes del Ejército Juvenil del Trabajo, asentados en un campamento cercano a la Facultad, e incluidos en nuestro estudio, habían respondido en una encuesta sobre su preferencias recreativas, donde decía otras: “las peleas de gallos”. Para mí algo horrendo y ligado a vicios del pasado imposible de concebir. Entonces uno de mis mejores alumnos, Alexander, levantó la mano y me ofreció una disertación sobre el tema, desde el cuidado de los huevos,  la cría de los polluelos escogidos, hasta el momento de la lidia, todo un arte, en la cultura campesina que su familia practicaba desde sus ancestros y hasta José Martí y Raúl Castro, salieron a relucir, en materia de peleas de gallo.
Pero lo mejor de todo resultaron las sesiones de Cinedebate. Gracias al amigo y vecino Carlos Aldana, tuvimos la posibilidad de contar con una sala de video en el Kurhotel, antiguo sanatorio antituberculoso y ahora una institución de salud y descanso,  donde una vez por semana discutíamos sobre una película. Allí  vimos Fresa y Chocolate y el machismo de muchachas y muchachos a flor de piel, se sintió emplazado. No podían comprender una amistad de esa naturaleza y agudos fueron los análisis que los llevaron a la autocrítica, aunque parezca una palabra manida, por haberle hecho imposible la vida a un compañero  que había ingresado con ellos y lo obligaron prácticamente a abandonar la carrera,  siendo solo un guajirito amanerado, que ni siquiera sabía a ciencia y acierta su condición.
El filme Holocausto también  los marcó, pues poco  habían escuchado de  esa parte de la historia mundial y  de inmediato se interesaron y conmovieron,  cuando le hablamos del Diario de  Ana Frank y su testimonio de adolescente judía y víctima del fascismo, que desconocían por completo.
Eran  diamantes en bruto con raras excepciones, como el alumno Romel Flores, con quien todavía  tengo contacto y me estimuló de alguna manera a escribir estas memorias y del que  conservo un pequeño papel donde  me escribió una frase de John Lennon. Habían otros que no eran de la montaña como el cienfueguero  Juan Miguel, para mí el estudiante más integral, estaban Yimany y Abelito, villaclareños y muy vivos, que disfrutaban mis clases de Economía Política y crearon  a su manera, una sociedad anónima, a partir de un excelente texto de Paul Samuelson, llegado a la facultad  por donación y uno de los mejores manuales para entender el inicio del capitalismo, con un lenguaje claro y sencillo.
De  Israel Oquendo, hoy  mi vecino en Cárdenas, aplicando sus conocimientos como Ingeniero Agrónomo en ARENTUR, tengo que decir que nunca nadie defendió con tanta pasión un trabajo sobre el tema de los edulcorantes y sus afectaciones a los productores de azúcar de caña en un Fórum Científico,  Por último mencionar a Lázaro Menocal, el único matancero además de mí,  un negrito  de Jovellanos con una sonrisa permanente de dientes blanquísimos y ojos  inmensos  que quería hacerse ingeniero a pesar de que bailaba como para debutar en Tropicana.
Las muchachas  también sobresalían, aunque en número eran menos,  recuerdo a las Marcos Pujol,  nacidas allí, orgullosas de su estirpe, criadora de los mejores gallos de la comarca. Muy inteligentes las tres  y  con una familia dividida geográficamente en Topes de Collantes  y Sandino, en Pinar del Río, porque en una época, revolucionarios y alzados, integraban muchos núcleos y  a pesar de sus diferencias políticas, muy elementales por cierto, se respetaban y sentaban a la mesa sin levantar la voz, delante de los padres, quienes sufrían en silencio tener a un hijo mártir y a otro bandido, debido a las circunstancias.
Mucho más desearía contar de aquellos cinco años intensos en Topes de Collantes; de  los verdaderos amigos y sobre todo de mi pequeña familia, integrada por Carlos, mi incondicional compañero hasta hoy  y  mi hija Alicia  quién creció entre mariposas de colores, aroma de las flores del café, aves inimaginables  y hermanas, más que amigas de primera infancia, que dejaron su impronta en la vida de todas y todos nosotros.

















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