Valia Soto Espinosa, Club martiano Néstor Ponce de León-Unión de Historiadores de Cárdenas.
Para escribir este artículo me detuve ante el diccionario Larousse, el que me aportó en dos de sus acepciones el significado del verbo dirigir: señalar cómo hacer una cosa, o lo que hay que hacer en un lugar.
Resulta un dilema en nuestros tiempos tratar de encaminar a otras personas hacia un propósito determinado, sobre todo cuando la contraparte ofrece cierta resistencia. Meditando acerca de ello, nuevamente hice uso de la magnífica herramienta, para interiorizar el concepto de responsabilidad: circunstancia de ser una persona responsable de otra o de alguna cosa, lo cual está muy vinculado a la obligación moral.
Sin duda, nuestro país ha transitado por una senda interminable de colisiones de todo tipo, el injusto bloqueo, la propaganda mediática y otras manifestaciones se plantearon impedir los fines propuestos tras el triunfo revolucionario. Cuestiones nocivas, como la falta de madurez político-ideológica y la capacidad de poder sacar a la luz, las nuevas perspectivas encaminadas al bienestar general de la población han incidido en este empeño.
Pero; ¿y esos jóvenes que se escudan en una y otra justificación para no cumplir con lo que se le propone en su lugar de trabajo o en su propio centro estudiantil?, ¿Dónde dejaron el sentido del compromiso?, ¿Quién tiene ahora la culpa de estas escaseces morales? No vamos ahora a escudriñar lo doloso del hecho, solamente codifiquemos lo difícil que resulta decir a todos los niveles, qué debes hacer y no recibir respuesta alguna. Expongo como paradigma a los jóvenes, porque sobre ellos recae la maleta pesada, que carga los instrumentos para construir un futuro mejor.
Dijo Raúl que la generación de la máxima dirección histórica de la Revolución, había “envejecido”, lo cual implica que los sucesores, deberían continuar la proeza de la historia, de no dejarse arrancar lo que tanto sacrificio había costado.
Me duele ver cómo todavía se nos cierran las puertas de la buena voluntad, cómo se imposibilitan planes que de realizarse, todos lo agradecerían. Aquellos que piensan desde el “yo” y cómo vivir mejor sin sacrificio, ni merecimientos algunos, siguen activando el detonante de la incompetencia.
Ahora son los tiempos de dejarse guiar, no imponer es la meta, pero para ello se requiere exterminar todas aquellas aptitudes paternalistas, que denotan malos comportamientos ante el cumplimiento del deber.
Hemos escuchado en más de una ocasión: “yo no trabajo mucho, porque el salario no alcanza para vivir”, olvidando los que pasamos por suerte, por las aulas universitarias, lo aprendido en Filosofía acerca de la primera función del trabajo; unir a los hombres para poder transformar la realidad circundante.
El hombre humaniza, mediante la práctica social. En este sentido conoce el mundo en la medida, que lo integra a su actividad, pero si no le interesa intercambiar, ni hacer suyo el mundo, solamente depredarlo, ¿cómo entonces humanizar?
Cuando esto ocurre, la barbarie es observable en no pocos lugares, mediante actuaciones que denotan desinterés, apatía e indolencia, marcados por un egoísmo, que los convierte mediante la convicción: “río revuelto, ganancia del pescador.” en los inhibidores de la orientación y sus resultados.
Desde la perspectiva psicológica, los irresponsables clasifican dentro de la violencia, pues cuando ven la oposición a sus miserables aptitudes, desestiman, deterioran cuanto tienen a su alrededor, incluso. Estos individuos, poseen también un egocentrismo exacerbado y un cierto complejo de superioridad, envuelto a la vez en un sentimiento desmedido de autocompasión. También culpan a otros de sus errores, desde el profesor de la primaria hasta el jefe inmediato que no ha sido capaz de “enseñarle lo suficiente”. Mi abuela respondería: “con cierta edad no se aprende a ser digno”.
“Tenemos raíz nueva que poner donde la raíz podrida. Amor enérgico tenemos, donde ha habido odio enérgico” expresó José Martí
Amor enérgico, es la respuesta a estos sujetos, para salvarlos del odio que proliferan contra la dirección, cuando ven afectadas sus comodidades y sus lisonjearías, las que les permiten escalar y colocarse en estrados de lodo; en fin, bañarse en las lóbregas aguas de sus propias insuficiencias.
Deberá socavarse hasta lo más profundo de la tierra, si fuere necesario, para sacar esta raíz podrida. Es justo extraerla, porque tal como el marabú, imposibilita la prosperidad de los terrenos, en este caso en cuestión, es lo mismo decir, impericia, frena toda actividad con fines decorosos, sembrando a todo derredor el árbol de impudor y mezquindad, revestido de arengas y pancartas que nada nos dicen, sino que sirven de protección para continuar con las oprobiosas aptitudes.
Recuerdo el texto de José Ingenieros acerca del hombre mediocre: “trocan su honor por una prebenda y echan llave a su dignidad por evitar un peligro. Cuando se arrebañan son peligrosos...”
Sin el sentido de pertenencia y participación, en todas las esferas, no es posible la instauración de un modelo económico de nuevo tipo, pues se quedará colgando siempre de un péndulo, una sociedad llena de rezagos y desórdenes, que para nada satisfacen la vida espiritual y mucho menos material de sus conciudadanos.
No avanzará nuestro proceso mientras exista la inmoralidad, el oportunismo, la mediocridad, los servilismos, el arribismo, la holgazanería, la pereza, el inmovilismo, la corrupción, la indolencia, la extorsión, el oportunismo; ellos son herederos de la irresponsabilidad, resultando propiamente esta el antídoto de la dirección.
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