Ciudad Bandera

Desde Cárdenas, Cuba y el Mundo, un intercambio franco.

martes, 28 de enero de 2014

De Moscú a la CELAC


En la despedida de Ochoa
Apenas había transcurrido poco más de una década de la           desaparición física del Che y su semilla germinaba con fuerza en el corazón de los jóvenes latinoamericanos que estudiaban en la Universidad de Amistad con los Pueblos Patricio Lumumba de Moscú. La mayoría guardaba un pasado reciente de persecuciones en sus países, luchas estudiantiles y salidas al exilio obligados por la represión.
La  antigua URSS en esos años ofrecía su mano amiga al Tercer Mundo, que luego de las primeras impresiones por idealizadas o demonizadas, se llegaba a admirar y agradecer. Yo estudiaba en la Lomonosov, Universidad Estatal de la capital soviética y rápidamente hice amigos dentro de la comunidad latina de la Lumumba.
A causa del bloqueo en Cuba había tenido poca oportunidad de alternar con extranjeros y la curiosidad, intereses comunes,  las lecturas  de José Martí en  la Edad de Oro hasta los textos de Nuestra América, me llevaron a confraternizar con muchachas y muchachos que compartían el sueño de una Patria Grande, sin fronteras, libre de los gringos, como ellos llaman a los estadounidenses.
De Venezuela, Chile, Colombia, Uruguay, Panamá y México fueron mis mejores amigos, aunque conocí a  estudiantes de El Salvador, Costa Rica y otros países de Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. Los brasileños organizaban un Carnaval Latino, que era imposible perderse; los partidos de fútbol disputados con los del continente africano eran de Juegos Olímpicos e inolvidables fueron las veladas donde amanecíamos coreando "Sigo siendo el Rey" con Javier y sus cuates.
A Neruda, Vallejo, Darío, Mariátegui los amé de primera mano en voz de sus compatriotas que admiraban a José Martí, se sentían herederos del Che y veían a Fidel como la reencarnación de todo lo bueno que había dado la América desde Bolívar.
Vicente Ochoa y yo antes de su partida
La victoria de Nicaragua y la sangrienta lucha en El Salvador convocaba a hacer algo más que prepararse para el futuro y así partió mi amigo venezolano Vicente Ochoa, quien dejó su simiente en Maricín la panameña, para caer después en la tierra de Roque Dalton, el poeta capaz de trasmitir lo que uno sentía con ese verbo afilado y adorable que todavía conmueve y enamora.
Donde quiera que estén mis hermanos de aquellos  años deben compartir esa inmensa alegría que hoy me embarga, cuando veo todas esas banderas bajo el interés común de los miembros  de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)  tratando de hacer realidad los sueños también, de quienes éramos tan jóvenes  y  llenos de fe en lograr una América  unida.

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