Desde que se conocieron Maritza y Reynaldo hubo una empatía tal, que hoy cuando han transcurrido más de 40 años, pude notar como aún se mantiene. Ella matancera y él de las provincias orientales; en común tenían la carrera de Economía Política por comenzar en la Universidad Estatal de Moscú Mijaíl Lomonósov, en la antigua Unión Soviética.
Integraban un grupo, “el de mi aula”, bien heterogéneo, pero a la vez unido por esa identidad del cubano, que nos hace reír, llorar y estrechar lazos cuando se está lejos de la Isla amada.
Moscú, a finales de los 70, la capital de la URSS nos acogió con sus bien diferenciadas estaciones, donde disfrutábamos los lagos de detrás de la residencia estudiantil, congelados en los fríos inviernos y deliciosos para bañarnos, en los cálidos veranos. Allí estudiamos y construimos una linda amistad.
No olvido aquellos primeros días cuando llegamos y fuimos a buscar abrigos a una tienda en el centro y andábamos por las grandes avenidas sin saber cómo se cruzaban, a carrera en pelo y todo el grupo se compró impermeables de niños iguales, que los encontrábamos lindos y baratos.
Cocinábamos al principio, juntos y salíamos a comprar la comida del día en parejas y creo que así poco a poco se fue consolidando la relación de Maritza y Reynaldo y hoy al cabo de tantos años, al volverlos a encontrar por casualidad, de golpe vinieron a mí, esos entrañables recuerdos.
De todas las parejas formadas en la época, solo la de ellos sobrevivió, me contaron en los breves minutos compartidos, entonces intercambiamos teléfonos y nos despedimos con la promesa de reencontrarnos algún día, con el resto de aquellas muchachas y muchachos llenos de sueños, decididos a conquistar el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario