“Yo soy Fidel, yo soy Fidel” retumbó en todos los rincones de Cuba y el paso de la caravana más triste de la historia, acompañada de los sentimientos del pueblo, fue una muestra del fervor revolucionario y de la incondicionalidad a la obra dejada por el Comandante en Jefe.
La sensación de orfandad ante la pérdida física es inevitable para todos y Raúl, la debe sentir más que nadie, aunque demostró su entereza. Su amor por el hermano mayor, por su consejo oportuno, por el paradigma de justicia de la Revolución, durante la cual estuvo a su lado, es difícil de superar.
Por mucho que uno se convenza de su paso a la inmortalidad, el dolor está en el pecho y no se va y te aprieta, cuando escuchas su voz, cuando te enteras de algo que no conocías y te das cuenta aún más de su nobleza, esa que lo convirtió en un gigante sin par y lo sitúa ya junto a Maceo, a Martí, a Camilo, al Che y a tantos otros patriotas de nuestra Historia Patria y Universal.
Su voluntad de que no se usara su nombre y figura en monumentos, instituciones, plazas, calles u otros sitios públicos representa un ejemplo elocuente de su modestia y humildad. Fue enemigo del culto a la personalidad, característico de otros lares y por eso hasta su último minuto como expresó Raúl, se preocupó porque esto no sucediera y su pueblo cumplirá con ese deseo, porque además no necesitamos de ello para recordarlo, basta con su ejemplo imperecedero de ser humano cabal y solidario, consecuente con sus ideales, de soldado al servicio de la Patria y de las causas justas donde quiera que fuera.
Iluminado, profeta, visionario, fueron denominaciones dadas a Fidel; ni amigos ni enemigos pudieron ignorarlo en vida, la fuerza y energía que emanó lo acompañan ahora la gloria…
No hay comentarios:
Publicar un comentario