Por Isis Hernández Milián
Periodista de Radio Ciudad Bandera
Hay momentos para los que nunca se está preparado. Noticias que no desearíamos escuchar. Que llegan como mortajas y te dejan sin aliento, robándote acaso el último suspiro. Negación, sorpresa… por distintos estados transita nuestro cuerpo en milésimas de segundos hasta que algo detiene ese torbellino de sentimientos y te devuelve a la realidad.
El hombre inclaudicable apagó su mirada para siempre dejando atrás una mezcla imperfecta de profundo dolor, consternación y sin embargo la certeza de que continuaremos por las sendas del triunfo.
A 60 años de la epopeya determinante, Fidel soltó amarras cual si saliera del puerto de Tuxpan la madrugada del 25 de noviembre de 1956. Entonces el manto de la noche lo cubriría de victorias; ayer ese misma noche lo acunó en su seno para emprender el camino hacia el panteón de los mártires.
Pensamos pues, que sólo en vidas tan azarosas como las del hombre convertido en ícono se desvanecen las coincidencias, aunque inevitablemente el misticismo signó su presencia en este mundo. No sé cómo decir adiós. Mi ser no quiere despedirse. Tiembla el lápiz contra el papel y las voces las escucho cada vez más lejanas. Entonces pienso en el Fidel humano, despojado de símbolos. En el joven arrestado que imponía con su presencia o fulminaba con la mirada. En el barbudo convencido de sus ideales, capaz de consumar la verdadera revolución del pueblo en las montañas aún con las más adversas condiciones. En el amigo, en el padre, en gigante siempre dispuesto a doblegar su tremenda estatura ante el abrazo de un niño.
Solo me queda acudir a su recuerdo, a sus lecciones y pensarlo siempre en presente para no decir adiós.
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