Odesa, la bella ciudad portuaria a orillas de Mar Negro se sacude ante la tragedia vivida y el terror por lo que puede sobrevenir. Una violencia ciega hace presa de hombres y mujeres, que hasta apenas unos años atrás, sin estar exentos de contradicciones, coexistían en un ambiente propio de su cosmopolita esencia.
A quien atribuirle esos sentimientos discriminatorios, apoderados de parte de una población, antes orgullosa de sus catacumbas y las historias alli encerradas, en particular las relacionadas con la resistencia antifascista, cuando estas cavernas devinieron en fortaleza y bastión, mientras la ciudad era asediada y ocupada por los nazis.
Durante mis estudios en la antigua URSS visité a mi amiga Anita Sánchez Oramas quien cursaba la carrera de Oceanología en un Instituto de Odesa; nos conocimos en la preparatoria en La Habana y establecimos desde entonces una gran amistad, ella venía a Moscú y nosotras (otra compañera de estudios llamada Maritza Gómez Almeida, que vive en Matanzas) viajábamos allá para disfrutar de las playas del Mar Negro, aunque muy frías y salvando las distancias, nos hacían recordar en alguna medida las vacaciones en Varadero.
Odesa tenía una vida muy animada, porque como urbe portuaria, siempre estaba en movimiento. Personas de diferentes latitudes desembarcaban deseosas de disfrutar de sus atractivos y por supuesto recorrer las catacumbas con galerías subterráneas y misteriosos laberintos bajo la ciudad, extendidos por muchos kilómetros.
Sus habitantes me parecieron tan hospitalarios y gentiles, que hoy me estremezco cuando observo las imágenes, con seres de caras hostiles y llenas de odio hacia la nacionalidad rusa, que reacciona ante el atropello, con no menos agresividad en un sitio donde han vivido y se sienten parte, para que ahora sean segregados socialmente y acusados de ser los causantes de los disturbios, en un sistema enfermo y no precisamente a causa de los rusos.
A quien culpar entonces de conductas tan retrógradas en pleno siglo XXI, cuando métodos fascistas afloran y se entronizan en distintas partes del mundo, que observa a través de sus televisores, periódicos, radios o Internet lo que hoy pasa en Odesa, que mañana puede ocurrir a la vuelta de la esquina y ser uno mismo la próxima víctima. Creo entonces que mientras no nos preguntemos quien se beneficia con tanto desastre y horror, no podremos dar con la clave de lo sucedido.
Se acerca el 9 de mayo, día de la victoria contra el fascismo y resulta paradójico recordar la fecha en estos momentos, en que esa ideología es aplicada en parte de la antigua nación que enfrentó y aportó la mayor cantidad de vidas para derrotarla, por eso no podemos llamarnos a engaño y creer que hablar de batalla de ideas es solo una simple frase.
Hoy más que nunca, aquello de que a pensamiento es la guerra que se nos hace y que una poderosa maquinaria propagandística, de manera silenciosa actúa contra nuestras mentes, es una realidad a punto de triturarnos y convertir cualquier escenario en lo que es ahora la aterrada Odesa.
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