

Durante mis estudios en la antigua URSS visité a mi amiga Anita Sánchez Oramas quien cursaba la carrera de Oceanología en un Instituto de Odesa; nos conocimos en la preparatoria en La Habana y establecimos desde entonces una gran amistad, ella venía a Moscú y nosotras (otra compañera de estudios llamada Maritza Gómez Almeida, que vive en Matanzas) viajábamos allá para disfrutar de las playas del Mar Negro, aunque muy frías y salvando las distancias, nos hacían recordar en alguna medida las vacaciones en Varadero.


Sus habitantes me parecieron tan hospitalarios y gentiles, que hoy me estremezco cuando observo las imágenes, con seres de caras hostiles y llenas de odio hacia la nacionalidad rusa, que reacciona ante el atropello, con no menos agresividad en un sitio donde han vivido y se sienten parte, para que ahora sean segregados socialmente y acusados de ser los causantes de los disturbios, en un sistema enfermo y no precisamente a causa de los rusos.
A quien culpar entonces de conductas tan retrógradas en pleno siglo XXI, cuando métodos fascistas afloran y se entronizan en distintas partes del mundo, que observa a través de sus televisores, periódicos, radios o Internet lo que hoy pasa en Odesa, que mañana puede ocurrir a la vuelta de la esquina y ser uno mismo la próxima víctima. Creo entonces que mientras no nos preguntemos quien se beneficia con tanto desastre y horror, no podremos dar con la clave de lo sucedido.
Se acerca el 9 de mayo, día de la victoria contra el fascismo y resulta paradójico recordar la fecha en estos momentos, en que esa ideología es aplicada en parte de la antigua nación que enfrentó y aportó la mayor cantidad de vidas para derrotarla, por eso no podemos llamarnos a engaño y creer que hablar de batalla de ideas es solo una simple frase.

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