Etelvina era huérfana de ambos padres desde muy niña y vivía en casa de una tía en la que trabajaba de la mañana a la noche, donde nunca hubo tiempo para ir a la escuela.
A escondidas revisaba revistas y otras publicaciones y le gustaba ver las fotos e imágenes que aparecían, pero no podía conocer su contenido, porque no sabía leer ni escribir.
Por eso cuando Severo, aquel galleguito llegado nuevo al barrio le mandó una nota, no supo qué hacer y le pidió con mucha pena a su prima que se la leyera. Él le decía que quería ser su novio y que estaba dispuesto a hablar con su tía, sólo le tenía que poner en el papel un sí y ya él entendería.
Cuánta tristeza no poder siquiera escribir una afirmación, por ser analfabeta, así era entonces, me contó una abuela cardenense que aprendió a dibujar las primeras letras después del triunfo revolucionario, cuando todo el pueblo tuvo acceso a la enseñanza, sin discriminación de ningún tipo.
Era madre de cuatro hijos al llegar enero de 1959 y nunca pensó que poco después alguien vendría a su casa a preguntarle, si sabía leer y escribir y ante su turbación y vergüenza, le anunció que la Revolución la iba a enseñar.
Etelvina no solo aprendió el abecedario, sino se incorporó al trabajo y después continuó estudiando hasta concluir la Facultad Obrero Campesina, porque sus hijos estaban seminternados y su esposo aplatanado en la Isla y también alfabetizado en aquellos primeros años, la apoyó en su empeño.
Jubilada desde hace tiempo y en los días en que se celebra el Aniversario 49 de la Campaña de la Alfabetización, conocí de su historia y vi aquella primera cuartilla que guarda de recuerdo, como testimonio de uno de los momentos más importantes y decisivos de su vida, mientras sus nietos le reclaman que les haga ese cuento que tanto les gusta, de una niña que no tenía ni mamá ni papá y no sabía ni leer ni escribir.
A escondidas revisaba revistas y otras publicaciones y le gustaba ver las fotos e imágenes que aparecían, pero no podía conocer su contenido, porque no sabía leer ni escribir.
Por eso cuando Severo, aquel galleguito llegado nuevo al barrio le mandó una nota, no supo qué hacer y le pidió con mucha pena a su prima que se la leyera. Él le decía que quería ser su novio y que estaba dispuesto a hablar con su tía, sólo le tenía que poner en el papel un sí y ya él entendería.
Cuánta tristeza no poder siquiera escribir una afirmación, por ser analfabeta, así era entonces, me contó una abuela cardenense que aprendió a dibujar las primeras letras después del triunfo revolucionario, cuando todo el pueblo tuvo acceso a la enseñanza, sin discriminación de ningún tipo.
Era madre de cuatro hijos al llegar enero de 1959 y nunca pensó que poco después alguien vendría a su casa a preguntarle, si sabía leer y escribir y ante su turbación y vergüenza, le anunció que la Revolución la iba a enseñar.
Etelvina no solo aprendió el abecedario, sino se incorporó al trabajo y después continuó estudiando hasta concluir la Facultad Obrero Campesina, porque sus hijos estaban seminternados y su esposo aplatanado en la Isla y también alfabetizado en aquellos primeros años, la apoyó en su empeño.
Jubilada desde hace tiempo y en los días en que se celebra el Aniversario 49 de la Campaña de la Alfabetización, conocí de su historia y vi aquella primera cuartilla que guarda de recuerdo, como testimonio de uno de los momentos más importantes y decisivos de su vida, mientras sus nietos le reclaman que les haga ese cuento que tanto les gusta, de una niña que no tenía ni mamá ni papá y no sabía ni leer ni escribir.
1 comentario:
Que gran paqueteeeeeeeeeee
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