Al enterarse de que era portadora del VIH, una cadena de imágenes vinieron a su mente, muchas, que le habían proporcionado tanto placer, ahora se convertían en pruebas irrefutables de su desenfrenado comportamiento.
En qué circunstancias se había infectado, escapaba a su control, porque pudieron ser tantas, que no era capaz de definir cuándo, ni con quién. Solo recordaba a aquel muchacho que creyéndola diferente le escribió un poema y le propuso sexo seguro, pues estaba enamorado de ella y le dijo que debía cuidarla.
Cuánto tiempo había pasado y que decepción le provocó al acostarse con su mejor amigo, la noche que él no fue a la fiesta, porque tenía que estudiar. Ni ella misma se lo perdonaba, pero sucedió y nunca más quiso escucharla, ni saber de sus absurdas justificaciones.
Qué sorpresa entonces, cuando vio su nombre en el papel donde aparecía el psicólogo a consultar, luego de conocer la horrible noticia de que debía aprender a convivir como seropositivo.
No, no era posible que la mala suerte llegara a tanto, pero como le comentó alguien, el mundo era un pañuelo y ahí se encontraba frente a esa puerta donde pudo estar detrás, el amor de su vida y hoy solo se hallaba un profesional, para conducirla a enfrentar su nuevo destino, con más madurez y sin perder las esperanzas de luchar por una vida, que había desperdiciado.
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